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Declaración de Independencia




Mis hijos de 15, 13, los gemelos de 11 y la pequeña de 9 años, han hecho un referéndum a mis espaldas, mientras estaba preparándoles la cena, y por unanimidad, han decidido declarar su "independencia". Consiste, según ellos, en que cada uno tendrá plena soberanía y autoridad sobe su habitación, serán libres e independientes aunque siempre abiertos al diálogo cuando les interese, para el tema de la ropa, libros.... y el horario de comidas (eso me han dicho).

Podrán mantener el desorden de la habitación, invitar a los amigos a jugar con su arsenal tecnológico (videojuegos, play, wii...) sin pedir permiso e incluso tendrán derecho a llamar a un telepizza para que les lleve la comida cuando estén jugando y no tener que salir de la habitación. Eso, y un montón de "derechos" más que se han atribuido sin mi consentimiento.

De momento he accedido hasta ver cuánto les dura la "autonomía" pero no han pasado dos días y los airgamboy que los gemelos heredaron de su padre, me han pedido, con desesperación, que quieren trasladar su sede al trastero porque no aguantan las torturas, alguno ha perdido los brazos, las piernas, un amigo...  La barbie de mi hija María se ha fugado en un descapotable rojo con el Ken de la vecina, dice que ha pasado a mejor vida y ahora está con una buena familia.

Sparrow, el loro que les trajo su tío John de sus viajes de negocios por el Caribe, no para de gritar ¡socorro, socorro! y ya no canta el abecedario en inglés ni les ayuda a aprender vocabulario a base de repeticiones, es su forma de protesta por el maltrato. Le han arrancado las plumas y ahora parece un gallo de corral. De no haber sido porque me gritó ¡para, loca! casi le meto en el horno el domingo. He tenido que pagarle, tras una dura negociación, una residencia veterinaria en Marbella durante dos meses mientras vuelve a echar plumaje para que no nos denuncie. 

Incluso el perro, al que no paran de hacer perrerías, me ha pasado un audio por el whatsapp con ladridos en lenguaje morse pidiendo auxilio.

Dadas las circunstancias y llegados a este punto hemos  tenido que asumir las competencias que nos corresponden como padres. Les hemos confiscado los teléfonos móviles, el ordenador, los videojuegos y los ahorros de sus huchas con los que hemos sufragado algunos desperfectos.

Además, nos hemos visto en la obligación de aplicar el artículo 155 del Código Civil que literalmente dice:

 Los hijos deben: 

 1. Obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarles siempre. 

 2. Contribuir equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia mientras convivan con ella. 

Así mismo, hemos tenido que tomar una serie de medidas drásticas.

Puch, el perro, como venganza, no les deja dar un paso por la casa sin ser vigilados.

Por mi parte, para ahuyentar las visitas de malas influencias, me he enfundado las cartucheras de Buzz, el vaquero de Toy Story, aprovechando que está en una clínica de rehabilitación por múltiples contusiones al salir volando por la ventana del quinto, y me he vuelto una macarra que lo flipas, ahora, cada vez que alguien llama a la puerta, coloco la mano sobre la pistola de juguete de Buzz a lo Harry el Sucio, y ya no llaman a la puerta ni los testigos de Jehová.

Para que un castigo funcione como es debido, nada mejor como que te toquen el bolsillo.

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