Homenaje a mi vieja lavadora
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Nos conocimos una tarde de verano. No fue necesario que nos presentaran porque nada más fijar mi mirada en ti quedé prendada de tu belleza exterior, fue un amor a primera vista. Tan blanca, tan nueva, tan reluciente... con esas letras plateadas que me decían AEG, yo enseguida respondí, sí, aquí estoy, voy a llenarte cada día de regalos, te alimentaré llenando tu tambor de ropa sucia, desde mis mejores galas hasta los paños de cocina. Tú me recompensabas devolviéndomela limpia y perfumada. A veces te tragabas algún calcetín pero yo te lo perdonaba todo, esa reciprocidad de cariño, de amor correspondido hacía que nos perdonáramos todo.
Así transcurrieron los años, fuiste conociendo a mis hijos que, con sus babas, vomitonas y manchas de apiretal, hicieron que nuestra relación fuera más estrecha, diaria, más cercana si cabía. Fueron creciendo contigo al lado hasta que empezaste con los achaques y necesitabas llamar la atención.
Tuve que llamar al técnico y nada más verte dijo ¡es la mejor, no te deshagas de ella, es eterna! y yo le dije ¡no, no lo haré nunca!
Me cambié de casa y te traje conmigo. Empezaron a fallarte los rodamientos y los vecinos nuevos te conocieron enseguida. Eras como un miembro más de la familia, era imposible olvidarte si estabas funcionando. Cuando centrifugabas recorrías toda la casa, mis hijos pasaban y te saludaban cuando se cruzaban contigo, a veces se enfadaban cuando te cruzabas en el pasillo ¡mamá, mírala, que no nos deja pasar! Yo tenía que regañarte y devolverte a tu sitio ¡no molestes a los niños! Lo mejor era cuando te mandaba abrir la puerta a algún vendedor o cuando ibas a comprar el pan ¿lo recuerdas? te ponía un euro encima y cruzabas la calle con ese ritmo que te caracterizaba que ni las muñecas de Famosa tenían tanto estilo. Eras la envidia de mis vecinos.
Pero llegó aquel fatídico día en que tuvo que volver el técnico con el peor de los diagnósticos. Se te rompieron los rodamientos y ya no había piezas de recambio, eras demasiado vieja. Yo no quería cambiarte por otra. Y cuando ya nadie apostaba por ti se obró el milagro. Estaban mis hijos con amigos tocando en el garaje con sus guitarras eléctricas, bajos y... entonces escucharon el chunda chunda de tu centrifuguéo y empezaste a formar parte de su grupo musical.
¡Mamá, pon la lavadora!
¿Programa corto, prelavado, prendas delicadas?
¡El largo, que hoy no viene el batería!
Y así transcurrieron tus últimos días, con el salto al estrellato.
Cuando llegó tu final y vinieron a recogerte los del punto limpio todos lloramos en casa...
Ahora ocupa una Bosch tu lugar, pero no es lo mismo, no hace ruido, no me entero cuando termina. Sé que mi vida nunca volverá a ser como antes...
METAMORFOSIS
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Crecen por todas partes. Pajaritos a bailar, cuando acaban de nacer su colita han de mover... (esto no viene a cuento pero acabo de ver un tío en la tele tocando un acordeón y no he podido menos, lo siento).
Incluso a Manolo, el vigilante, le han crecido las tetas y ahora viste de mujer. Se hace llamar Manuela pero a mí me cuesta. De hecho, la primera vez que l@ vi me quedé muerta ¡qué me aspen! ¿Manolo?
Ahora dice que está harto y quiere cambiar de trabajo, no me extraña, algunos le dicen ¡vaya tetas Manolo! e incluso algún camionero le ha dicho ¿puedo tocarlas?
Yo no sé qué pensar, no sé si es por el agua de la zona que trae incorporadas hormonas de crecimiento o se debe a la camarera polaca del comedor de empresa que pone algo en la leche y que, con la sutileza y acento que les caracteriza a los de los países del Este, me pregunta un día mientras tomaba café con una amiga desde el otro lado de la barra ¡¿y a usted qué leche la pongo?! refiriéndose al café, obvio, y como en ese momento era el centro de atención gracias también a la escandalosa carcajada que soltó mi amiga le dije ¡lo quiero solo, que yo no soy de crecer!
Cenizas
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La viuda de Mario recibe una carta inesperada del ayuntamiento de su
localidad en la que le comunican que ha cumplido el plazo de cesión del
nicho en el cementerio donde reposan los restos de su difunto marido
desde hace veinte años y que si no pagan una cantidad de dinero para
ampliar el plazo de alquiler, los restos del tal Mario van a tener que
abandonar su actual residencia situada en el 4º piso de nichos de la
calle principal del cementerio municipal, con vistas al más allá, en
plazo inferior a un mes.
La mujer, muy preocupada porque ve peligrar sus ahorros, lo consulta con sus hijos, éstos hacen cuentas y tras valorar la cotización del IBEX 35, lo que cuesta el pan en Día y el precio del barril de brent deciden por unanimidad, que lo mejor es no renovar, incinerar sale más barato y además las cenizas las pueden dejar en cualquier sitio que es gratis y no solo no contaminan sino que contribuyen al desarrollo sostenible. Lo mismo dará que las echen en un descampado o que las arrojen al mar (a cualquier mar menos al maradentro). También las pueden guardar en un recipiente junto a los tarros de las legumbres o del bote de Nocilla.
Pero la cosa no empieza bien. Para empezar, ninguno de los hijos quiere hacerse cargo del asunto así que terminan por persuadir al cuñado más "pringao", Bartlolo, que sin sospecharlo va a participar en la misión más arriesgada de su vida.
El nicho está situado en la última planta de nichos como ya he dicho antes. Dos operarios del cementerio se disponen a realizar la tarea. Uno de ellos subido en una escalera y otro pisando tierra firme sujetando una soga. El que está subido en la escalera pierde el equilibrio cuando casi tienen toda la caja fuera, el que está debajo no se hace con el peso él solo y terminan todos en el suelo quedando los huesos esparcidos en un amplio diámetro del camposanto y la caja echa trizas. Bartolo acaba de conocer a su suegro de esa guisa. Ayuda a recoger los huesos esparcidos sin hacer ascos como si estuviera cogiendo setas y los depositan en una bolsa negra de plástico.
Con la bolsa conteniendo los restos, se presenta en el crematorio donde le dicen que a los dos días deberá ir a recoger las cenizas. Y eso hace, recoge los restos un viernes, en una urna, y los lleva con emoción a la casa de su suegra, pero ésta, nada más verlo dice que se lo lleven de allí, que le da muy mal rollo, que lo dejen en el bar donde estaría mejor ya que allí pasaba más tiempo que en casa y aún le quedan amigos.
Como él tampoco quiere llevarlos a su casa, los deja en el maletero del coche. Y ahí empieza la fiesta, nunca mejor dicho. La pareja sale esa noche llevándose al muerto de copas. A toda velocidad tomando las curvas ¡plof! un golpe, ¿que ha sido eso? !creo que ha sido tu padre, tranquila, no creo que se haya roto más!
Y así el sábado, el domingo y el lunes... al trabajo que se lo llevó. Cuando les cuenta a los compañero que lleva con su suegro en el maletero desde el viernes, estos no se lo creen así que al terminar la jornada laboral van todos hasta el coche a verlo. A Bartolo no se le ocurre otra cosa que abrir la tapa y en ese momento viene una ráfaga de aire que le arrebata la urna de entre las manos llevándose las cenizas volando y dejando una parte impregnando la tapicería del coche.
Mario se quedará con su familia para siempre en forma de ácaro.
Y colorín y colorado, Bartolo tuvo que cambiar de coche.
La mujer, muy preocupada porque ve peligrar sus ahorros, lo consulta con sus hijos, éstos hacen cuentas y tras valorar la cotización del IBEX 35, lo que cuesta el pan en Día y el precio del barril de brent deciden por unanimidad, que lo mejor es no renovar, incinerar sale más barato y además las cenizas las pueden dejar en cualquier sitio que es gratis y no solo no contaminan sino que contribuyen al desarrollo sostenible. Lo mismo dará que las echen en un descampado o que las arrojen al mar (a cualquier mar menos al maradentro). También las pueden guardar en un recipiente junto a los tarros de las legumbres o del bote de Nocilla.
Pero la cosa no empieza bien. Para empezar, ninguno de los hijos quiere hacerse cargo del asunto así que terminan por persuadir al cuñado más "pringao", Bartlolo, que sin sospecharlo va a participar en la misión más arriesgada de su vida.
El nicho está situado en la última planta de nichos como ya he dicho antes. Dos operarios del cementerio se disponen a realizar la tarea. Uno de ellos subido en una escalera y otro pisando tierra firme sujetando una soga. El que está subido en la escalera pierde el equilibrio cuando casi tienen toda la caja fuera, el que está debajo no se hace con el peso él solo y terminan todos en el suelo quedando los huesos esparcidos en un amplio diámetro del camposanto y la caja echa trizas. Bartolo acaba de conocer a su suegro de esa guisa. Ayuda a recoger los huesos esparcidos sin hacer ascos como si estuviera cogiendo setas y los depositan en una bolsa negra de plástico.
Con la bolsa conteniendo los restos, se presenta en el crematorio donde le dicen que a los dos días deberá ir a recoger las cenizas. Y eso hace, recoge los restos un viernes, en una urna, y los lleva con emoción a la casa de su suegra, pero ésta, nada más verlo dice que se lo lleven de allí, que le da muy mal rollo, que lo dejen en el bar donde estaría mejor ya que allí pasaba más tiempo que en casa y aún le quedan amigos.
Como él tampoco quiere llevarlos a su casa, los deja en el maletero del coche. Y ahí empieza la fiesta, nunca mejor dicho. La pareja sale esa noche llevándose al muerto de copas. A toda velocidad tomando las curvas ¡plof! un golpe, ¿que ha sido eso? !creo que ha sido tu padre, tranquila, no creo que se haya roto más!
Y así el sábado, el domingo y el lunes... al trabajo que se lo llevó. Cuando les cuenta a los compañero que lleva con su suegro en el maletero desde el viernes, estos no se lo creen así que al terminar la jornada laboral van todos hasta el coche a verlo. A Bartolo no se le ocurre otra cosa que abrir la tapa y en ese momento viene una ráfaga de aire que le arrebata la urna de entre las manos llevándose las cenizas volando y dejando una parte impregnando la tapicería del coche.
Mario se quedará con su familia para siempre en forma de ácaro.
Y colorín y colorado, Bartolo tuvo que cambiar de coche.
Adán y Eva
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Mis cosas
Mientras Adán era expulsado del campo el pasado domingo con tarjeta roja, Eva salía a recoger a sus niños que estaban viendo el partido de fútbol en casa de unos amigos a unos cuantos kilómetros de casa.
La niebla, el frío y las pocas ganas de salir de casa hicieron que ni se molestara en cambiarse de ropa así que salió con lo puesto, en pijama, la bata por encima y las zapatillas de andar por casa.
Subió al coche y tomó rumbo a su destino dejando al marido haciendo aspavientos al ver cómo encajaban en la portería de Iker el primer gol del partido.
La niebla, el frío y las pocas ganas de salir de casa hicieron que ni se molestara en cambiarse de ropa así que salió con lo puesto, en pijama, la bata por encima y las zapatillas de andar por casa.
Subió al coche y tomó rumbo a su destino dejando al marido haciendo aspavientos al ver cómo encajaban en la portería de Iker el primer gol del partido.
Una vez llegó al portal de la casa de sus amigos, avisó a sus hijos llamando desde el móvil para que fueran hasta el coche y no tener que bajar ella con semejantes pintas, poniendo como excusa que estába en doble fila. Hasta aquí la historia habría sido normal, una historia cualquiera de un domingo cualquiera. Pero de vuelta a casa se debió cruzar con Murphy, el de las leyes, así que pilló la única piedra que había en la autovía lo que provocó que reventara una rueda del coche. No la quedó más remedio que llamar al marido para que acudiera en su ayuda. Éste, que no tenía otro medio de locomoción para llegar hasta el lugar del accidente, tuvo que pedir ayuda a su vecino, empleado de una joyería y a quien los hijos de Eva cruelmente apodan "el señor de los anillos", perdiéndose así el resto el partido. El final de la historia os lo podéis imaginar, que si cómo se te ocurre salir de casa en pijama, que si podías haber ido tú que eres un listo ...
Y es que la culpa de todo la tiene Mourinho, que es como el ojo de Sauron, intentando llevar al equipo al Monte del Destino en Mordoc, mientras los blancos, capitaneados por Iker Gandalf tratan de mantener su posición lejos de la retaguardia luchando en la Tierra Media para poder volver un día a La Comarca ayudados por el elfo Ramos y donde Paquirrín les recibirá con una falda de flecos y una guirnalda de flores y pondrá un besito (¡arg!) en la frente de Adán para que no llore.
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