En mi pesadilla también estaba mi maestra que, en clase de dibujo, siempre nos mandaba dibujar lo mismo, la hucha de chino que había en la escuela. No sé si el afán que tenía de que siempre dibujáramos lo mismo era su poca creatividad o lo hacía para incitarnos al ahorro, pero yo llegué a coger tanta práctica que aún hoy soy capaz de dibujar chinos sin mirar y desde cualquier perspectiva, de perfil, de frente, de espaldas, haciendo el pino, el pino puente... Y es que mi maestra era muy especial. Mientras se rascaba la cabeza con una punta de la tijera buscando algo que nunca supimos si llegó a encontrar, teníamos que recitar los ríos y las cordilleras en verso y de memoria, que a mí qué me importa si el Ebro nace en Reinosa o en la Sierra de Albarracin, que eso no es útil, por favor, solo es cultura... Igual que su obsesión con los polinomios, que con 10 años sabía dividír polinomios, hacer raíces cuadradas de polinomios e incluso integrales de polinomios ¿y de qué me ha servido? de nada, ni siquiera entiendo el mando del TDT.
Pero lo que sí aprendimos fue que las huchas debían tener tapa en la base para poder sacar los ahorros sin necesidad de romperlas cuando nos castigaban sin paga. Los jóvenes de ahora no saben lo que es eso, a la mayoría les preguntas qué es una hucha y te dicen que lo que se le ve al fontanero cuando se agacha debajo del fregadero.
De la maestra no he vuelto a saber nada, sin embargo, no dejo de ver chinos por todas partes, en cada esquina... A la puerta de la panadería siempre hay un niño chino dando vueltas con su bici alrededor de una farola mientras va diciendo "me maleo, me maleo, me maleo..." hasta que termina atropellando a alguien o se cae al suelo, pero se levanta y vuelve otra vez... es como una secuencia que se repite cada día cuando vuelvo a casa. Aparentemente puede parecer un hecho sin importancia pero me he visto obligada a a visitar a mi psicoanalista. Me ha dicho que me deje de chorradas, que se trata de una enfermedad común que padecemos todos los vecinos del barrio y para la que no hay tratamiento.Al final hoy he tenido que desahogarme con mi peluquero, como siempre, y ha llegado a la conclusión de que es la empatía que se me suliveya.
Hoy podré dormir más tranquila.