header-photo

Coronavirus






VIRUS










Ayer casi me añusgo comiendo mientras escuchaba una noticia. Me empezó a dar la tos y fue un no parar hasta que conseguí beber agua. No llamé al 112 porque ese teléfono está para emergencias.

Y es que ocurrió lo siguiente, un hombre viajaba en tren de Gijón a León cuando sufrió un ataque de tos. Los miembros de la tripulación siguiendo no sabemos muy bien qué protocolo, le llevan a un vagón a parte donde no había viajeros para hablar con él, pero la finalidad era aislarle a pesar de su insistencia en que no tenía coronavirus.

Al llegar a la primera estación ya estaban los equipos de emergencia y los de seguridad nacional.

Le meten en una UVI móvil y le trasladan al hospital mientras es escoltado por 4 coches patrulla de la Policía Nacional, un helicóptero de la DGT, setecientos tanques del Ejército de Tierra y además, un misil tierra aire dirigido por un satélite ruso, estaba preparado para disparar al mínimo intento de fuga.

Don Pablo, que así se llama este ciudadano, pasó de ser una persona desconocida a ser el protagonista del día y a ver expuesta su privacidad porque todo el mundo se ha enterado de que padece una bronquitis crónica. Y por si alguien no se había enterado, ya lo digo yo.

Esto, en un tren de Extremadura, no pasa.



Perdidas en la Sierra de Cazorla







Esther y Sonia, aficionadas a hacer senderismo por el Ikea los fines de semana y acostumbradas a perderse por los laberínticos pasillos de la sección de alfombras donde siempre son recibidas con entusiasmo por un ejército de ácaros, deciden salir de la rutina dominguera y ampliar horizontes para respirar aire puro.

 Emprenden una nueva aventura esta vez en plena naturaleza y con unos parajes de ensueño, los de la Sierra de Cazorla.

Salen temprano para llegar con las primeras luces del alba para aprovechar el día, es el mes de febrero y los días aún no tienen muchas horas de luz. Las previsiones meteorológicas anunciaban tiempo "primaveral", todo apuntaba a que va a ser un fin de semana perfecto. Su propósito principal era ver el nacimiento del río Guadalquivir.

Aparcan el coche y empiezan a caminar, el paisaje es espectacular, están ellas solas consigo mismas y la naturaleza con sus elemtos.

El sonido de las cristalinas aguas del río que discurren procelosas bajando de la montaña las obnubila, trepan por senderos sinuosos, por entre pedregales, incluso atraviesan una montaña llegando a una cascada. Una auténtica maravilla para los sentidos, el paisaje invita a la reflexión y hacen un alto en el camino para beber agua. Llevan comida pero el embelesamiento es tal que han olvidado comer.

De pronto se encuentran con dos hombres y su perro labrador color negro azabache, Cucón, uno de los hombres va cojeando. Este dato no es relevante pero la situación les pareció un tanto extraña. Ellos les advierten que va a oscurecer pronto y les recomiendan que vayan dando la vuelta, no olvidemos que es invierno y en el lugar en el que están, además, oscurece antes, pero ellas, ni caso... a lo suyo, que si qué bonito el paisaje, que si mira una alondra, que si yo no me quiero ir de aquí, que si ¡Mari, que se nos hace de noche!, que si cuidado que esto está lleno de procesionarias a ver si las vamos a pisar, que si acabo de ver un jabalí con sus crías, ¡ay qué miedo!, ¿oyes al lobo? vamos a volver... ¡Ay, ay que nos hemos perdido!

Deciden no seguir caminando en la dirección que llevaban e intentan volver a la cascada o a alguna zona que les resulte más familiar por la que hayan pasado, pero nada. Hiperventilando, al borde de un ataque de nervios.  Noche cerrada, sin más techo bajo el que cobijarse que el del cielo y su constelación.

Mezcladas con el ulular de un búho pronto se oyen unas voces, son los dos hombres que encontraron horas antes que posiblemente imaginaron la situación y volvieron a ayudarlas. ¡Gracias a Dios! Consiguen regresar al coche, de noche... muy de noche. Quedan infinitamente agradecidas a César y a Eduardo que son los nombres de quienes han hecho de sus Ángeles de la guarda.

Se prometen a sí mismas que nunca más volverán a desoír las advertencias. Eso pensaron en esos momentos de pánico, claro, pero actualmente están desaparecidas. La última vez que se las vio fue en el Ikea,  de vuelta a las "andadas".

Si alguien ha comprado muebles para montar y las ha encontrado en alguna caja, por favor, que las devuelva, no van con el kit de montaje.

Así mismo, queremos hacer un llamamiento desde aquí para localizar a César y a Eduardo, tal vez ellos nos ayuden a encontrarlas de nuevo. Para cualquier pista, dejad un comentario.