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¡Quiero un bocadillo de jamón!










Hace pocas semanas, un grupo de ejecutivos de una empresa llegados de varios puntos de la geografía española vienen a Madrid para una convención. También asisten un francés y un inglés (tranquilos, no voy a contar el chiste del perro que salta la valla, falta el alemán y además hace tiempo que derribaron el Muro).

Todos se hospedan en un céntrico hotel de la capital y llegada la hora de la cena, quedan en recepción para disfrutar juntos de una suculenta cena, están cansados del viaje y de la intensa actividad del día pero sobre todo, están hambrientos.

En el comedor les pasan la carta, nada de bufete libre que es lo que más les hubiera gustado así que entre risas y bromas nombrando los distintos platos que nadie entendía salvo el inglés, se deciden por un pastel de verduras con salsa de puerros y de segundo, atún a la plancha con aroma de trufa.

Al servirles el primero, lo observan con atención, después se miran unos a otros para ver quién habla primero pero nadie suelta prenda. Cogen el cubierto y sin mediar palabra, se ponen a comer el irrisorio pastel de un solo bocado. La salsa que lo acompañaba era tan ínfima que no daba ni para mojar pan. Así que terminan enseguida y ponen todas sus esperanzas en el atún. Pero llega el camarero y en el centro del plato un pedazito de atún 2,5 cm de diámetro, solo, completamente solo, ni un guisante. Lo del aroma debe ser que tienen un ambientador en la cocina con olor a trufa y antes de entrar al comedor pasan por allí el plato y se lo enseñan: atún atún, mía la trufa ¿la has visto? ¡pues ya no la ves!

Uno de los comensales ya no puede contenerse y cuando le van a servir a él le dice al camarero: ¿me lo cambia por un bocata de jamón serrano, por favor?

El camarero vuelve a la cocina con el plato y entra en escena el cocinero con unos pelos que no se sabe a ciencia cierta si estaba entre fogones, en un laboratorio pirotécnico o es que había visto al lobo. Le dice al ejecutivo que si no le gustan sus platos es porque no sabe apreciar auténticas obras de arte, que él es un cocinero afamado de cocina vanguardista y reconocido mundialmente y que tiene toda una constelación de estrellas en el mundo de los neumáticos, eso al menos es lo que entendió el ejecutivo cuando escuchó la palabra "michelín" y es que no entendía nada, aquello le parecía todo surrealista, es lo que tiene ser de pueblo y además de Aragón, que al pan se le llaman pan y al vino, vino.

Así que el maño le dice que no se ofenda, que los platos son bonitos y además, parecen caros, pero la comida es escasa y él ha venido a cenar, que si quiere comer una obra de arte ya irá un día que tenga libre al Museo del Prado a comerse un bodegón de Zurbarán. El ínclito ya no puede más y se echa a llorar, así que los demás, que habían decidido en un principio cambiar el atún por el bocata, optan por conformarse con lo que les han puesto para no disgustarle más, pero tratan de consolarle y no hay forma. Este cocinero parece que tiene un sofware más complicado aún que el que llevan de serie algunas mujeres.

Finalmente le dicen que no se preocupe, que se lo van a comer todo y no van a dejar una miga en el plato. Salen de allí pero no pueden decir si con más hambre o con más vergüenza, pero no sin antes haberle prometido que en el próximo viaje a Madrid le van a regalar un jamón de Teruel de cinco kilos, que con esos menús tan generosos que sirve le dará para hacer medio millón de bocadillos. Mientras los demás aprovechan para salir del hotel y poder reír a mandíbula batiente el inglés pregunta qué es un jamón serrano.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El ejecutivo de hoy en dia se ha olvidado ya de que siempre hay que salir de casa con los embases al vacio????.

Paloma dijo...

Has dicho embases al vacío y deberías haber dicho "embases al bacío". A saber en qué contenedor reciclas, seguro que en el rosa, las de Bilbao reclcicláis donde os da la gana y de hablar ni digamos ¡qué verguenza! jajaja

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