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La gula del bogavante

Había empezado a caer la noche y las numerosas luces de colores ya iluminaban las principales calles de la gran ciudad. Los Antúnez habían olvidado el verdadero sentido de la Navidad y habían salido de compras dispuestos a tirar la casa por la ventana. A pesar de la estrechez económica por la que estaban pasando ya habían llenado la nevera de exquisitos manjares, ya lo ahorraremos durante el resto del año comiendo mortadela de aceitunas, se decían, pero este año cenamos bogavante.

 Así que con ese espíritu de consumismo se dispusieron a recorrer tiendas y centros comerciales buscando a saber qué y sin llegar a imaginar que un trágico suceso estaba a punto de ser gestado en su casa en ese momento.

La vivienda estaba completamente a oscuras, la penumbra se había adueñado de cada rincón, incluso el interior de la nevera estaba sumida en la más profunda de las tinieblas. En sus estanterías estaba todo preparado para la cena de Navidad, chuletillas de cordero , un pitu caleya, langostinos, gambas y almejas para la sopa, canapés de salmón ahumado…

 Ese frigorífico se iba a convertir en escenario del más escalofriante pasaje del terror. No estaban ni Freddy Krueger, ni la niña de la curva, no, nada de eso, lo que había allí oculto esperando su momento era un enorme bogavante vivo con unas pinzas inmensas que manejaba con mucha destreza y que tenía hambre, mucha hambre. Primero rompió un yogur de pera pero no le resultó muy atractivo su sabor así que indultando a la sección de lácteos siguió su recorrido a través de las estanterías enrejadas hasta que su instinto le llevó hasta la bandeja de los langostinos y devoró todos, uno a uno, no dejó ni las cáscaras.
 En la bandeja de al lado, testigos de lo que acababa de suceder, unas gulas desnortadas empezaron a huir de su plato saltando por el bote de mermelada que les sirvió de tobogán hasta llegar al cajón de la fruta donde pudieron refugiarse entre las hojas de una escarola. El bogavante se había convertido en el más peligroso depredador y ningún alimento estaba a salvo. Después de los langostinos se tragó el pitu y así fue comiendo y destrozando todo con total impunidad, incluso se atrevió a atacar el cadáver de una trucha sacándole los ojos y dejando solo sus espinas.

 Cuándo los Antúnez volvieron a casa sintieron una sensación extraña al entrar en la cocina. Abrieron la nevera y allí estaba el monstruo, desafiante, con sus pinzas levantadas dispuesto a atacar. Alguien debe avisar a ese niño, Marco, y darle la trágica noticia, su madre no está en Argentina, que no la busque más, se la ha tragado el bogavante.

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