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La muerte tenía un precio

Voy por la A-6 dirección Madrid cuando me fijo en un enorme cartel publicitario que anuncia un tanatorio próximo. A partir de ese momento empiezo a observar que no es el único. Los tanatorios se anuncian a lo largo de las autopistas, buscan clientes...

Nunca se me había ocurrido pensar que ese mercado podía atraer  "clientes".  Aquí no valen eslóganes como "si no queda satisfecho le devolvemos su dinero" o "nuestros clientes nos recomiendan" o "llévese el 3X2 como en el Carrefour", ni siquiera un "vuelva pronto".

Cuando llegas a un velatorio en uno de esos lugares tan ostentosos, lo primero que haces es perderte. Una vez que llegas a la sala en cuestión puedes comer galletas, leer la  prensa, una azafata pasa a veces con una bandeja de canapés como si estuviéramos en la inauguración de una exposición,  e incluso hay psicólogos que prestan ayuda a los familiares afectados por la pérdida de su ser querido.
Mientras, en el pasillo de al lado, unas personas que han venido a "acompañar" a la familia, comentan entre risotadas el último partido de fútbol  o se cuentan un chiste. Solo falta una tele en la sala donde estén poniendo, en sesión continua, monólogos del club de la comedia. 

Las funerarias muestran al mundo todo un catálogo de vanidades que dejan al vivo más tieso que la mojama,

El día en que yo estire la pata, espero que sea época de rebajas, que no tengo seguro de decesos, o que me compren una caja en el IKEA para que pueda montarla desde dentro mientras viaje en el tiempo hasta el más allá...

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