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Las gafas.

Llegará un día en el que tengas que pedir a alguno de tus  hijos que te enhebre la aguja de coser. A partir de ese momento cambiará tu vida.  Primero el hilo, luego con que si no soy capaz de leer los ingredientes del bote de tomate frito o la fecha de caducidad de los yogures. Y así empieza todo.
Pero el  problema no es la presbicia que, sencillamente, se resuelve con unas gafas. Son los años, nos buscan las vueltas y nos provocan atacándonos por el frente donde nuestras defensas han bajado la guardia. Hoy te muestran una cana, mañana una arruga... Puedes hacer dos cosas, o amargarte o sacar provecho de la situación.
Para empezar, todo se arregla con las gafas que te mostrarán sólo aquello que tú quieras ver. Si te miras al espejo hazlo sin gafas. De momento úsalas solo para leer o para coser algún botón si llega el caso.
Según te veas tú así te verán los demás, y creedme, funciona:
- ¡Vaya, con gafas resultas más atractiva (si cabe)!
- ¿Más aún? no por favor, no voy a poder resistirlo...
Llegar a cierta edad te da caché. El mundo es tuyo, puedes utilizar cualquier tara para sacar provecho de situaciones de lo más dispares. Una de mis "taras" ficticias favoritas es  hacerme la sorda (también sé hacerme la muerta pero de momento ese experimento solo lo hago en la piscina y donde cubre). ¿Te te ves involucrado en una conversación sin sentido? dejas tu mirada perdida como si estuvieras explorando tu riqueza interior y si alguien te pregunta dices:  perdonad, pero es me estoy quedando sorda y aunque no os lo creáis estoy sufriendo por no enterarme de vuestra conversación,  a mi este truco siempre me funciona, salvo con mis hijos.
De todos modos, aunque no he llegado al ecuador del siglo, ya he empezado a ahorrar para pagarme la  residencia  cuando sea mayor. Digo la y no una porque es a la que vamos a ir todas las amigas cuando nos llegue la edad para no aburrirnos. Otra posibilidad sería que nos cuidaran nuestros hijos, pero como de lo que se ve se aprende...
Mis vecinos de al lado celebran este mes el mes del abuelo, lo hacen cada tres meses, cuando viene a su casa a pasar un mes. Me parece muy bien que los hijos cuiden de los padres, todos deberíamos hacerlo y por muchas razones que no voy a enumerar aquí porque ahora no vienen a cuento. Pero lo de este mes ha sido de película.
La primera noche que el abuelo durmió en la casa desperté de un sobresalto y eso que su habitación da para el  lado de los otros vecinos. Empecé a oír una especie de rugidos de forma regular y acompasada que me asustaron tanto que dije en voz alta ¡se ha escapado el león de la Metro! cuando por fín consigo identificar el origen del ruido y conciliar el sueño vuelvo a oír un chillido espantoso. El señor padece de próstata y se tiene que levantar varias veces  al baño. En una de esas, debió pisar al gato que del susto pegó un salto y quedó colgado de la lámpara emitido un grito ensordecedor más propio de un tigre de Malasia que de un "lindo gatito".
 Por si no fuera suficiente, su yerno, que presume de manitas,  ha cambiado la fontanería del baño hace poco, lo sabemos muy bien porque nos deleitó a todos los vecinos durante varios días con los ruidos de su "orquesta filarmónica" formada por martillo, radial, taladro e incluso martillo neumático, vamos, todo un arsenal de herramientas y total para hacerlo mal y conectar el agua de la cisterna con la tubería del agua caliente, de modo que cada vez que tiran de la cadena se les enciende la caldera.
Cuando ha sonado el despertador me he sentido como si tuviera cien años pero con los cinco sentidos al cien por cien de su capacidad. Esa noche hubiera prefido ser sorda de verdad.

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