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Cenizas

La viuda de Mario recibe una carta inesperada del ayuntamiento de su localidad en la que le comunican que ha cumplido el plazo de cesión del nicho en el cementerio donde reposan los restos de su difunto marido desde hace veinte años y que si no pagan una cantidad de dinero para ampliar el plazo de alquiler, los restos del tal Mario van a tener que abandonar su actual residencia situada en el 4º piso de nichos de la calle principal del cementerio municipal, con vistas al más allá,  en plazo inferior a un mes.

La mujer, muy preocupada porque ve peligrar sus ahorros, lo consulta con sus hijos, éstos hacen cuentas y tras valorar la cotización del IBEX 35, lo que cuesta el pan en Día y el precio del  barril de brent deciden  por unanimidad, que lo mejor es no renovar, incinerar sale más barato y además las cenizas las pueden dejar en cualquier sitio que es gratis y no solo no contaminan sino que contribuyen al desarrollo sostenible. Lo mismo dará que las echen en un descampado o que las arrojen al mar (a cualquier mar menos al  maradentro).  También las pueden guardar en un recipiente junto a los tarros de las legumbres o del bote de Nocilla.

Pero la cosa no empieza bien. Para empezar, ninguno de los hijos quiere hacerse cargo del asunto así que terminan por persuadir al cuñado más "pringao", Bartlolo, que sin sospecharlo va a participar en la misión más arriesgada de su vida.

El nicho está situado en la última planta de nichos como ya he dicho antes.  Dos operarios del cementerio se disponen a realizar la tarea. Uno de ellos subido en una escalera y otro pisando tierra firme sujetando una soga. El que está subido en la escalera pierde el equilibrio cuando casi tienen toda la caja fuera, el que está debajo no se hace con el peso él solo y terminan todos en el suelo quedando los huesos esparcidos en un amplio diámetro del camposanto y la caja echa trizas. Bartolo acaba de conocer a su suegro de esa guisa. Ayuda a recoger los huesos esparcidos  sin hacer ascos como si estuviera cogiendo setas y los depositan en una bolsa negra de plástico.

Con la bolsa conteniendo los restos, se presenta en el crematorio donde le dicen que a los dos días deberá ir a recoger las cenizas. Y eso hace, recoge los restos un viernes, en una urna, y los lleva con emoción a la casa de su suegra, pero ésta, nada más verlo dice que se lo lleven de allí, que le da muy mal rollo, que lo dejen en el bar donde estaría mejor ya que allí  pasaba más tiempo que en casa y aún le quedan amigos.

 Como él tampoco quiere llevarlos a su casa, los deja en el maletero del coche. Y ahí empieza la fiesta, nunca mejor dicho. La pareja sale esa noche llevándose al muerto de copas. A toda velocidad tomando las curvas ¡plof! un golpe, ¿que ha sido eso? !creo que ha sido tu padre, tranquila, no creo que se haya roto más!

Y así  el sábado, el domingo y el lunes... al trabajo que se lo llevó. Cuando les cuenta a los compañero que lleva con su suegro en el maletero desde el viernes, estos no se lo creen así que al terminar la jornada laboral  van todos hasta el coche a verlo. A Bartolo  no se le ocurre otra cosa que abrir la tapa y en ese momento viene una ráfaga de aire que le arrebata la urna de entre las manos llevándose las cenizas volando y dejando una parte impregnando la tapicería del coche.
Mario se quedará con su familia para siempre en forma de ácaro.
Y colorín y colorado, Bartolo tuvo que cambiar de coche.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bueno Bartolo....y lo bien que se lo ha pasado Mario despues de muerto q?? Eso no se lo hacen a todos jijii
Sandra:-)

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