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Un mal sueño lo tiene cualquiera.



Soñé caminos oscuros y fríos, tan fríos y oscuros que parecía que el sol allí nunca hubiera salido. El temor me empujaba, huía de los ruidos de la noche, de los lobos, las bestias salvajes y de todo tipo de alimañas de las que aquel sitio estaba poblado.
Vi una luz blanca, mortecina, y me acerqué. Era el acceso a una especie de bunker, la entrada estaba flanqueada por una puerta metálica medio cubierta de maleza, empujé levemente y la puerta se abrió sin mayor esfuerzo . De inmediato aparecieron dos hombres con unos pijamas blancos, parecía que llevaran todo el rato esperándome. Intenté preguntarles pero no podía hablar, observé que a ellos tampoco les salían las palabras. Me llevaron por una galería con poca luz, de paredes desnudas que poco invitaba a las visitas, era muy larga y de vez en cuando otra galería la atravesaba, todas tenían puertas como de hierro, numeradas y con una rejilla en la parte inferior.
Me introdujeron en una especie de celda donde había un camastro y una especie de lavabo pero que no llegaba a serlo. Me pusieron una camisa acorazada de color naranja que me impedía casi cualquier tipo de movimiento. Allí permanecí varias horas escrutando cada rincón, cada sombra, que de vez en cuando se colaba por los intersticios de la puerta. No sé cuánto tiempo pudo haber transcurrido, yo lo mataba con mi imaginación poniendo nombre a cada mancha de las baldosas del suelo imaginandolas con todo tipo de formas.
Si tuviera que decir ahora a qué olía ese sitio diría que a muerte. Me eché en el suelo y, temblando de frío y de miedo, me puse a observar la galería a través de las rejas de la puerta, llevaban a otras personas que iban vestidos igual que yo, todos eran viejos, muy viejos, o estaban enfermos, en su cara se leía la desesperación, no tenían boca, no podían hablar, pero yo lo que veía eran miradas desoladas, sin esperanza, aquello era el fin de algo que no lograba entender. Después de llevar largo rato allí tumbada, al intentar incorporarme inutilmente observé mis manos, mi cuerpo, no era yo, bueno, sí era yo pero era una anciana y ¿qué sitio era ese? era la galería de la muerte (he visto "La milla verde") y yo sabía que pronto llegaría mi turno.
He despertado sudando, asustada ¿donde estoy? oigo el griterío de los niños del colegio de al lado y "Las cuatro estaciones" de Vivaldi con lo que les dan la bienvenida cada mañana, (ya debe ser tarde), qué alegría los niños.
Aquello no fue más que un mal sueño, en realidad ese lugar no existe, no existe un lugar donde no nacen los niños, no existe ningún lugar donde encierran a los viejos enfermos y les empujan a morir, no existe el corredor de la muerte, todo es mentira, es un sueño.
Levanto la persiana de inmediato y veo la luz del sol, los árboles del parque, los jardines, el granado que terminó de perder la hoja, me miro al espejo y soy yo.
Por fin vuelvo a ser yo, también he visto la estatua de Don Pelayo (¡uf que estres!) le he sacado una foto ¡vuelvo a ser yo misma!

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