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Paula y los huevos.



Paula siempre madruga por eso aquella mañana de sábado nadie se extrañó de que saliera de casa tan temprano. Estuvo varias horas sin poder dormir con un fuerte dolor abdominal acompañado de otros síntomas de menos glamour hasta que, de madrugada, intentó coger el coche para dirigirse al hospital sin pedir ayuda para no despertar a nadie. Al pisar el freno, arrancanco el motor del coche, sintió una punzada como si una espada se hubiera clavado en su abdomen y posiblemente dio un grito de dolor que nadie oyó, así que optó por ir andando a urgencias ya que su casa no dista mucho del hospital. Según iba llegando, uno de los celadores, que fumaba a la entrada, apagó su cigarrillo precipitadamente y corrió a buscar una silla de ruedas y salir a su encuentro porque llegaba en una situación bastante lamentable.

Después de varias pruebas y unas horas en observación la mandan a casa con un tratamiento y con la recomendación de que si se repite la sintomatología debe volver para que le practiquen de inmediato una apendicetomía. Al llegar a casa nadie se había levantando aún salvo el padre que ya había marchado a trabajar así que decide hacer para comer algo poco elaborado y rápido porque está agotada, nada como una ensaladilla rusa para un frío día de invierno ¿? Pone huevos a cocer en una cazuela y se echa de bruces en el sofá para descansar un rato pero se queda dormida hasta que uno de sus hijos se levanta y al verla tendida la despierta alarmado ¡pensé que estabas en la cocina porque hay ruidos, como si alguien estuviera lanzando petardos! Mira a su hijo pero sin ver, le oye pero sin escuchar y respira profundo mientras se despereza pero sin... ¡¡¡los huevos!!! corre hacia la cocina y su hijo detrás, no quiere perderse lo que quiera que esté pasando. Al abrir la puera, el panorama que se encuentran es desolador a la par de indescriptible. De haber estado en la entrada de la cocina un fotógrafo para inmortalizar la expresión de sus caras en ese momento con su cámara se habría llevado el Pulitzer. Aquello no era una cocina, eran las Cuevas de Nerja. Estalactitas de huevo colgando del techo... por todas partes... un olor nauseabundo como si se acabara de celebrar un concurso de pedos allí mismo. Hace rato que se había consumido el agua y aquello había llegado a un proceso de transformación desconocido hasta el momento, los huevos estaban vivos ... El niño dice:

- ¡Mamá, nos atacan!

-¡Rápido, saca el Cabrales de la nevera, que peleen ellos y pongámonos a cubierto!

Así que, después de la noche toledana se tuvo que poner a limpiar la cocina, muebles, ventana, azulejos... y el techo, que se ha llevado la peor parte. Debajo de las estalactitas ha quedado al descubierto un fresco abstracto de Miró digno de ser fotografiado y expuesto en el más prestigioso de los museos, aún así, decide borrar toda huella ab ovo dando una mano de pintura así que no lo piensa dos veces y manos a la obra, ella pinta el techo y sus hijos ayudan como pueden.

Una vez terminado el trabajo se echan en el sofá y a partir de ese momento no recuerda nada más hasta que de despierta en la sala de reanimación del hospital con un vago recuerdo de su cocina, de huevos, de un olor asqueroso... cree que ha tenido una pesadilla. Una enfermera que ve que está despertando empieza a hablarla:

-¿Sabes qué te ha pasado? te han operado de apendicitis aguda...

La otra enfermera, que no para de hablar, dice: hoy en cuanto termine mi turno tengo que limpiar la cocina... Paula sufre, en ese momento, una lipotimia debido a una crisis de ansiedad que es imposible que nadie pueda entender. La realidad esta vez ha superado los sueños.

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