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El dolor del silencio.


A Blanca, quien me mostró este oasis de caridad oculto  tras los bloques de hormigón y ladrillos de nuestros propios egoísmos y vanidades.

 

Van llegando en silencio, a veces completamente solos, con la mirada baja y en su rostro reflejado el color de la amargura. Cada uno lleva en sus espaldas su propia historia. Unos nunca tuvieron nada, otros tuvieron mucho y lo perdieron todo, tal vez otros sean naúfragos de su propio destino.   Nadie hace preguntas ni pide explicaciones o papeles.  La puerta está abierta a todos. Se van sentando a la mesa,  también en silencio.

Por la otra puerta  hemos entrado los otros, traspasando un  muro invisible de dolor compartido. Tampoco nos hacen preguntas, cada uno cuando llega  coge un delantal y ya sabe lo que tiene que hacer, y si es la primera vez, lo pregunta.  Nadie te dice que llegas  pronto o tarde, o que haces esto o lo otro bien o mal. Sorprende cómo algo que no se ha organizado previamente con estas personas, cada día somos unas diferentes, funcione de un modo tan organizado que ni la mejor empresa de logística.

Ya está todo preparado, unos sentados en las mesas  y otros esperando a empezar a servir. Alguien lee el evangelio del día y después se reza una oración que todos acompañamos.

Los vasos de amargura han sido llenados por un rato del agua fresca de las jarras. Los platos llenos de comida caliente, las miradas tristes, los rostros traspasados de dolor que dejan nuestro corazón henchido de amargura. El silencio, que solo se rompe con el tintineo de las cucharas en los platos. Tú crees que estás compartiendo algo de ti pero te sientes muy mal porque no es nada comparado con todo lo que tienes ¿qué son una hora o dos de tiempo? Tú tienes un trabajo, una casa, hoy tu familia tendrá su cena puesta en la mesa mientras ellos se levarán la suya en un taper, solo si sobra algo de la cocina. A veces son tantos que no sobra nada o muy poco, pero nadie protesta, se aguantan en silencio. Pero cuando nos dan su cacharro y se lo tienes que devolver diciendo “no queda nada” se nos rompe el corazón,  ellos sin embargo te responden “no importa, no se preocupe”.

 Blanca y yo nos miramos sin hablar, hoy hemos vuelto a ver la  cara de la pobreza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por abrirles una ventana y hacerlos visibles en esta sociedad que oculta las injusticias. Gracias de todo corazón. Blanca

Anónimo dijo...

Sabes una cosa..que cualquier dia en cualquier momento a uno de nosotros nos puede pasar, y solo por esto tenemos que estar siempre atentos a todo lo que al de al lado le ha pasado.

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