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En Asturias siempre es primavera.

He vivido mi última Semana Santa en un pueblo del oriente asturiano, y digo última no porque tenga pensado morir pronto, eso solo Dios lo sabe y tampoco tengo miedo, no vayáis a pensar lo contrario, si el Señor nos dijo que lo que nos íbamos a encontrar en el cielo no se podía comparar con lo que tenemos aquí y después de haber estado, como digo, una semana en el paraíso, no tengo miedo de que me llame. Y cuando digo "vivir" no me refiero a vivir la Semana Santa como una simple espectadora sino desde dentro, participando en todos los actos religiosos que son el centro de esta semana desde la celebración de la Última Cena pasando por la Pasión y Muerte en la Cruz, muerte que venció anoche tras la Resurrección que celebramos en la Vigilia Pascual.
Después de vivir esto en un lugar, hace que te sientas más identificado con ese sitio y que, además, logres ver todo lo que te rodea de otro modo, como si tanta belleza te apuñalara los cinco sentidos.
Si alguna vez habéis dormido tendidos en la playa al arrullo de las olas, o a orillas de ese remanso de paz como es un río que fluye por esos bellos parajes y cuyo silencio solo se rompe por el canto de los pájaros o por sonido de las hojas de los árboles al ser mecidas por el viento... o por esa piedra que nace del fondo y que rompe el arroyo en cascada... y ese despertar con el canto del cuco... si habéis sentido esto, entonces sabéis de qué estoy hablando. Por favor, si eso es lo más parecido al Cielo ¡yo quiero ir!

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