Eran casi las 12 de la noche cuando tropezamos con una marea de gente con vestiduras blancas que avanzaba hacia una misma dirección, la fuente de la Cibeles, esa estatua de piedra de una mujer en un carro tirado por leones. Llegaban desde todas partes, salían de cada calle, de cada boca de metro, de los autobuses bajaban en manada... algunos entonaban cantos y aclamaciones. Los coches, ruidosos, circulaban calle arriba y calle abajo en dirección a ninguna parte, no se podía aparcar desde hacía horas. Sus ocupantes asomados por las ventanillas enarbolaban banderas al grito de ¡Hala Madrid! ¡Campeones! y otro tipo de consignas...
Nosotros, con dificultad, intentábamos avanzar contracorriente, a nuestro aire, a nuestras cosas... mientras una brisa de aire fresco nos acariciaba agradablemente el rostro. La temperatura era perfecta, como la tormenta de George Clooney, el cielo estrellado, aunque con nubes dispersas que más tarde irían formando alguna que otra tormenta.

No se trata de algo desconocido, hay tormenta en Toledo, me dijo, son relámpagos.
Ah, vale, gracias, qué susto me había dado, le respondí, en qué vendría pensando.
Venías pensando en el número 12..
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12 meses tiene el año, 12 son mandatos el teclado del ordenador, 12 los apóstoles, 12 los astronautas que pisaron la luna... las 12´horas marcaba el reloj cuando la Cenicienta perdió el zapato... y 12 copas son las que ya tiene el Real Madrid.
¿Acaso hay alguien que lave más blanco?
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