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Sala de espera.

Un año más habías pasado el mal trago del reconocimiento médico…  las mismas pruebas, la misma oleada de preguntas y respuestas y todo para actualizar tu historial médico que volverá a formar parte de un archivo que se aloja en un servidor junto al de otros tantos pacientes, sin temor a contagio, hasta el año que viene en que volverá a repetirse más de lo mismo. Pero esta vez te hicieron una analítica más completa cuyos resultados te mandarían a casa.

Un día aparece el sobre en tu buzón y del maremágnum de papeles que trae ni lo lees, “¡bah, no será nada grave, me habrían llamado!”, así que lo lanzas hacia la estantería como un bumerán que no vuelve  y ahí se queda a vivir acumulando polvo  hasta que un día te levantas con un dolor de codo que te hace ver las estrellas y tienes que ir al médico. Es entonces cuando recuerdas que hace meses te hicieron una analítica y ni siquiera has sacado los informes del sobre. 

Pides cita a tu médico y allí te presentas una tarde cualquiera, sobre en mano,  para que la doctora apunte en tu historia el coeficiente de triglicéridos, transaminasas trigonométricas de senos, cosenos y tangentes, leucocitos, ácaros del sobre y el nivel de la prima de riesgo.

La sorpresa es mayúscula cuando la doctora te comunica con voz grave que tienes cristales en los riñones  ¿de swarovsvki? preguntas entusiasmada. Pero ella levanta la mirada del informe y te dice muy seria, aún no lo sabemos, hay que repetir la analítica porque también te ha subido el IBEX 35.

Pero antes de eso habrías tenido que aguardar tu turno largas horas en la sala de espera y habrías vivido una situación tan inolvidable como surrealista. 

El tiempo de espera hace que los pacientes se impacienten, valga la redundancia, y se solidaricen entre sí por una causa común que es criticar al que lleva dentro más de media hora. Incluso a veces se llegan a crear lazos de unión fraterna.

Por fin sale de la sala, valga la redundancia otra vez,  el que ha sido blanco de dimes y diretes, con un vaso vacío en la mano, todos le hacen la ola, pero hace un recorrido sospechoso hasta el baño de donde saldrá minutos más tarde con el mismo vaso "lleno". Una señora mayor víctima del estrés que produce el ver pasar las horas muertas le grita  “pero hombre, ya está bien, que aquí no se viene de cañas…”
Algo pesaroso vuelve a entrar en consulta un rato más. Nunca se supo si le estaban operando a corazón abierto o le hacían la declaración de la renta pero cuando por fin sale con muy mala cara y alguien le pregunta ¿le ha salido a pagar? dejó a todos estupefactos con su respuesta:

No, no me ha salido a pagar, pero tengo la vesícula llena de piedras preciosas.


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